Es un hecho conocido que la comedia es donde los músicos frustrados van a morir. En mi caso, tuve que pasar por el mundo del videojuego para que la frustración creativa pudiera llegar al máximo y la olla pudiera estallar en una gran explosión de chistes dudosos de fondo agridulce. 

He desarrollado videojuegos, alguno de éxito internacional. He creado y vendido herramientas de programación para los más “frikis” de entre los programadores, entre los que me siento tan incómodo como en mi propia casa. He escrito un libro, publicado en 1994, lo que me hace oficialmente viejo. Además, satisface sólo parcialmente mi ansia creativa, ya que trata sobre el limitadamente poético lenguaje ensamblador. He trabajado para la inteligencia americana escribiendo software para detectar metáforas en persa; os puedo contar que sí que tiene una parte tan “cool” como cuentan las películas: el “paycheck“. 

Ahora me dedico a hacer monólogos, normalmente en inglés por lo de ser más gracioso con acento extranjero. También me atrevo a cantar y tocar el piano en público, lo que sobre todo habla de mi falta de sentido del ridículo. Además de estas actividades que alimentan el espíritu, para alimentar el estómago escribo software avanzado de varias clases. El más relevante esta diseñado para entender qué lleva a los jugadores de videojuegos a engancharse de tal manera – y os puedo decir que está escrito con miedo a descubrir que se debe a que el resto del mundo se ha vuelto insulso.